Santos: “Trataron de descarrilar el proceso de paz usando al Ejército”

El exministro israelí de Asuntos Exteriores y vicepresidente del Centro Internacional de Toledo para la Paz entrevistó al presidente Juan Manuel Santos para entender cómo se firmó la paz en Colombia después de medio siglo de guerra, y el significado de los acuerdos.

Dados su historial de “halcón” militar siendo ministro de Defensa del presidente Álvaro Uribe y el hecho de que Colombia estuvo al borde de una guerra con Venezuela y Ecuador (dos países que dieron apoyo ideológico y logístico a las Farc), su cambio al campo de la pacificación sorprendió a muchos. ¿Podría detallar cómo y por qué sucedió?
No hubo cambio. Los intentos anteriores de negociar con las Farc fracasaron porque las condiciones no estaban dadas. Dos de esas condiciones eran la ventaja militar (para que el Gobierno pudiera negociar desde una posición de fuerza) y el apoyo de la región. Lo que hice fue crear esas condiciones: la primera por medio de la eficacia militar y la segunda por medio de la diplomacia pragmática.
¿Cómo definiría la actuación en el proceso del difunto presidente venezolano Hugo Chávez y del presidente cubano, Raúl Castro?
Debo decir que tanto Chávez como Castro fueron de enorme ayuda durante todo el proceso. La influencia de ambos sobre las Farc fue un factor determinante para lograr que tomaran la dirección correcta.
Cuatro años de negociaciones de paz con una organización guerrillera diezmada por combates y deserciones parece mucho tiempo. ¿Por qué fue tan complejo?
La búsqueda de la paz siempre es algo complejo, sobre todo después de 50 años de conflicto. Llegar a acuerdos y convencer de aceptarlos a una organización que por tantos años combatió a las instituciones democráticas es difícil. Y que las negociaciones sean prolongadas no siempre es malo. Es interesante señalar que el Proyecto Matriz de Acuerdos de Paz desarrollado por el Instituto Kroc de la Universidad de Notre Dame, tras estudiar 34 acuerdos de paz integrales firmados desde 1989, concluyó que las negociaciones más largas tienden a producir acuerdos mejores.
¿Cuál fue, en su opinión, el logro más importante de estas negociaciones? ¿Coincidiría en que uno de esos logros fue el hecho de que ninguna de las aspiraciones revolucionarias de las Farc haya estado en la agenda?
Desde el primer momento marqué líneas infranqueables y tuve objetivos claros, de los que el principal fue poner fin al conflicto, no hacer una revolución por decreto.
Antes de que comenzaran las negociaciones se aprobó una ley sobre reconocimiento y reparación a las víctimas y restitución de tierras. ¿Fue un señuelo para atraer a las guerrillas a la mesa de negociaciones o usted habría apoyado esta ley en cualquier caso? ¿Cómo definiría el sentido y la importancia de la ley para Colombia?
Desde el principio tuve muy claro que las víctimas y sus derechos debían ocupar un lugar central en la resolución de este conflicto. La ley se aprobó para comenzar a curar las heridas, ya que hubo muchas víctimas. Creo que esto aportó un enorme grado de legitimidad a todo el proceso. Ya dimos medidas de reparación a casi 700.000 víctimas y restituimos más de 200.000 hectáreas de tierra a campesinos desplazados por la violencia. No hay antecedentes de ningún otro proceso de paz donde se haya conseguido algo así antes del final del conflicto, y en ningún otro país se compensó a tantas víctimas.
Un gran desafío al que se enfrentan todos los pacificadores es lograr el apoyo del Ejército y la burocracia estatal a su visión. ¿Se logró esto en su caso realmente? ¿Hubo entre sus adversarios políticos intentos de instigar oposición dentro del Ejército para descarrilar el proceso? Y si los hubo, ¿cómo los manejó?
Una de las razones principales del éxito de este proceso fue precisamente esa: desde el comienzo, no sólo tuve al Ejército y a la Policía informados, sino que también los involucré en las negociaciones, para que fueran partidarios en vez de detractores. Les dije que para cualquier soldado, la paz es una victoria. Y sí, hubo muchos intentos de opositores al proceso de paz que trataron de descarrilarlo usando al Ejército. Pero éste mantuvo el rumbo con persuasión y disciplina.
¿Por qué el expresidente Uribe se opuso tan denodadamente a su intento de lograr la paz? ¿Fue porque realmente creía que seguir la guerra era mejor opción o simplemente creía que él hubiera llegado a un acuerdo mejor?
Uribe trató de hacer lo mismo que nosotros. Está documentado que él propuso muchos de los componentes del Acuerdo que después criticó.
El Acuerdo de Paz estuvo a punto de naufragar al ser rechazado por estrecho margen en el plebiscito de octubre. ¿Era necesario el referendo?
Necesario no era. Legalmente yo no estaba obligado a convocarlo, y todo el mundo estaba en contra. Pero desde el primer momento creí que era lo correcto. Mi estilo de gobierno no es buscar el aplauso, sino hacer lo correcto, aun si es impopular. Un buen líder debe ser audaz y estar dispuesto a correr riesgos. Es verdad que perdimos por muy poco esa batalla. Pero también ganamos una oportunidad de forjar la unidad y la paz en forma mucho más decisiva. Por eso creo realmente que el resultado fue mucho mejor de lo que pareció.
Muchos pronosticaron que el voto por el No provocaría una crisis política duradera o una prolongada renegociación que tal vez se estirara hasta la campaña electoral de 2018. La combinación de las negociaciones de paz con una agenda electoral hubiera sido devastadora para la estabilidad política y la causa de la paz. La incertidumbre podía llevar a que las guerrillas se bajaran del acuerdo o, peor aún, que se fragmentaran en facciones incontrolables sin unidad de comando.
El tiempo y el diálogo se volvieron esenciales. En vez de desestimar las críticas de la oposición como mera politiquería, entablé conversaciones serias para determinar los elementos esenciales para un nuevo acuerdo. Las guerrillas también mostraron mucho interés en avanzar, ya que si bien insistieron en que algunas cláusulas del Acuerdo eran innegociables (la integración política y la exención de condenas a prisión), estuvieron dispuestas a modificar otras. Se mostraron tan abiertas como nosotros a oír la voz del pueblo expresada en el plebiscito.
Mediante intensas negociaciones conseguimos una nueva redacción de algunas cláusulas que los líderes de la campaña por el No consideraban ambiguas, y acordamos otras modificaciones más sustanciales, pero sin desviarnos de la estructura esencial y los principios del acuerdo original. Por ejemplo, que la composición del tribunal especial de justicia transicional sólo incluiría jueces colombianos, pero en estricta conformidad con las normas internacionales. También dejamos en claro que en la reforma rural y agraria se protegería la propiedad privada, y que las guerrillas sincerarían sus propiedades ilícitas y las usarían para proveer reparación a las víctimas.
Estas y otras modificaciones, como he dicho, no cambian en forma sustancial la esencia del acuerdo original. Pero el diálogo nacional al que nos obligó el resultado del plebiscito nos permitió a todos encarar el futuro con el mayor consenso nacional posible. Estoy convencido de que lo que antes era un acuerdo de paz entre el Gobierno y las guerrillas, ahora es un acuerdo inclusivo, que no sólo puso fin al conflicto armado en nuestro país, sino que también marca el inicio de un proceso histórico de reconciliación nacional.
En los cuatro años de negociaciones, ¿en algún momento sintió que estaba a punto de abandonar, que el intento fracasaría?
Por supuesto. Este ha sido un viaje muy largo y difícil, y muchas veces pensé tirar la toalla. Pero seguí el consejo de un distinguido profesor de Harvard: oiga a las víctimas, eso le dará nuevas energías. Ese pensamiento y mi diálogo con las víctimas fueron esenciales para perseverar.
Sus adversarios lo han acusado a menudo de ser un presidente monotemático y de haber dejado desatendidos muchos de los otros grandes problemas del país. ¿Es así?
Me han acusado de muchas cosas: de ser agente comunista, miembro de la KGB, traidor a mi clase. Que digan que soy un presidente monotemático sería lo de menos. Pero es todo lo contrario. Tenemos una de las economías más sólidas de América Latina, con algunos de los mejores indicadores sociales. El índice de pobreza cayó 12 puntos porcentuales y la pobreza extrema se redujo a la mitad durante mi presidencia. La educación ahora es totalmente gratuita y su calidad mejoró como nunca antes. El acceso a la educación superior aumentó 30 puntos porcentuales. En tres años construimos más escuelas que las que se habían planeado para los próximos 60 años.
También convertimos la atención de la salud en un derecho fundamental y logramos la cobertura universal. Además construimos más de un millón de casas, en su mayoría para los más pobres (el máximo de cualquier gobierno anterior fue 300.000). Y estamos haciendo una auténtica revolución de infraestructura que aumentará la competitividad de nuestra economía. Podría continuar, pero me detengo aquí.
En todo el mundo hay preocupación, incluso en muchos gobiernos, por el hecho de que Colombia sea un importante productor y exportador de drogas. ¿Está usted en posición de garantizar que este proceso de paz pondrá fin a esa situación?
El Acuerdo nos ayudará a emprender, por primera vez, la sustitución de cultivos ilegales con otros legales, en forma integral y efectiva. Antes del Acuerdo era imposible, porque las Farc protegían las plantaciones de coca. Cada vez que las erradicábamos (a un costo muy alto), al día siguiente venían y plantaban más. Ahora, en cambio, se comprometieron a colaborar con la política de sustitución de cultivos.
Usted ha dicho que está a favor de la legalización de las drogas. ¿Qué razones tiene? El Premio Nobel de la Paz que recibió es una plataforma privilegiada desde la cual podría unirse a otros líderes mundiales en una campaña internacional por la legalización. ¿Lo haría?
La guerra mundial contra las drogas ya lleva más de 40 años, sin perspectivas de victoria. Colombia hizo los mayores sacrificios y pagó los mayores costos por esta guerra; a veces sentimos que estamos pedaleando en una bicicleta fija. Necesitamos una estrategia distinta, más orientada a los derechos humanos y a la salud pública. Encerrar a todos los involucrados no funcionó. La fuerza policial debería concentrarse en los eslabones más dañinos de la cadena del tráfico de drogas. Pero es una cuestión que debe encararse en el nivel internacional, porque no deja de ser un problema mundial. Y sí, seguiré impulsando este debate en todo el mundo.
¿Cuáles son, en su opinión, los principales beneficios de la paz para Colombia?
La paz cambiará por completo la situación de Colombia. Basta imaginar lo que puede lograr en un entorno pacífico una sociedad que después de 50 años de guerra perdió incluso la compasión. Aumentarán las inversiones (privadas y públicas) y llegarán a regiones con alto potencial de crecimiento que estaban aisladas por la violencia. Se liberará nuestro potencial agrícola, industrial y turístico, y se crearán más empleos, progreso e igualdad social. El límite es el cielo.
Usted ha señalado que el Acuerdo no es el final del camino. El resto de su presidencia estará signado por difíciles desafíos posconflicto. ¿Cuáles son exactamente esos desafíos y cómo planea encararlos?
El Acuerdo pondrá fin al conflicto. La construcción de la paz demandará un esfuerzo mucho mayor y más prolongado. El desafío principal será unir al país y coordinar al Gobierno con el conjunto del Estado para implementar el Acuerdo de Paz en forma eficiente y efectiva. Estoy convencido de que los colombianos tienen el talento, la voluntad y la fortaleza para sembrar las semillas y cosechar los frutos de la paz.

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